Ese recuerdo de todos los días. Que niego. Que me asalta en las sombras ocultas del día y en cualquier luz invisible de la noche. Tú. Aún tú. Cuántas veces, cuántos instantes, cuántos recuerdos, cuánta tortura. He pensado, a veces, en anotar las horas y los minutos de la frecuencia de tus visitas a mi mente.
Sí, lo he pensado. Cuando llegas nada más despertar y aún sin despertar. Con el olor del café y fruta por la mañana. Con el aroma producido por el corte de la hoja del cuchillo en el tomate para la ensalada. Ajo y sal compañero. Con el sol del medio día. Ceguera. Y siempre, todas las noches, antes de “micromorir” solo cada día.
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