viernes, 27 de noviembre de 2020

Un argelino, un saharaui, un ruandés y un guineano en Canarias.


Los píes de un chaval argelino cuelgan de la litera de un albergue de acogida en Puerto Cabras. Se lamenta de no estar en el continente europeo. Mientras, repite que él solo quiere vivir en Italia y tener un mercedes.

 

A mitad de travesía, bajo la noche y sobre el océano, un padre saharaui decide seguir adelante. Lo hace sin dudar. Volver atrás significa la muerte de su familia. Su mujer y sus cuatro hijos, con edades entre los cuatro y los dieciséis años, lo acompañan en una pequeña patera hacia Canarias.

 

Cerca de Fuerteventura un barco nodriza lanza al mar una balsa neumática llena de africanos. Uno de ellos tiene cicatrices de machete en ambas mejillas. Una cruz en una y una raya vertical en la otra. Es la marca de su clan familiar. Habían otros rostros que lucían otras marcas diferentes. Así eran las cosas en su tierra, Ruanda. Literalmente, huía de la muerte. No tenía otra opción de vida, debía emigrar. Lo supo cuando presenció como otro clan le quitaba la vida a su padre de un disparo. 

 

Para bañarse guindaba agua con un balde de plástico de un aljibe. Como él, muchos otros mal vivían en las abandonadas naves industriales. En su tiempo fueron antiguas fábricas de conservas de pescado. Ahora se habían convertido en un pequeño campo de refugiados y de toxicómanos. Se pasó del enlatado de pescado al de personas. Tras el baño y bajo el sol de Lanzarote, el guineano no podía creer que estuviera tan cerca del continente africano tras un viaje tan largo. Encima ahora, mientras miraba el mapa que sostenía entre sus manos mojadas, Europa le parecía aun más lejos.

 

A través de nuestras propias orillas, miles de personas han llegado al fondo del océano más oscuro que existe, la muerte. En las redes sociales los mares y sus fondos son tan falsos como la vida o la muerte. Si una es irreal también lo es la otra. Renunciamos a lo real a cambio de lo virtual sin reparar que, también para nosotros, llegará un día que haga que no hayan más días.

sábado, 21 de noviembre de 2020

CHICO PATERA

 




















Conocí al “Chico Patera” en Fuerteventura durante un reportaje fotográfico para el diario El Mundo. Al joven marroquí le atribuían el mérito de ser uno de los primeros en llegar en patera a Canarias. Creo que es el único inmigrante en conservar su embarcación tras llegar a destino. Alegando que esa pobre y pequeña chalana era un símbolo de libertad para él, había conseguido que el juez no la incautara. 

Tuvo que robar la patera a un amigo en Marruecos. Si se la hubiera comprado, su propio amigo lo hubiera denunciado. Para mantener en secreto su éxodo compró la gasolina en otra población, a unos cincuenta kilómetros de distancia. No salió de su tierra por pobreza. Su familia tenía un negocio de alquiler de apartamentos, no les iba mal. Para él no era cuestión de dinero sino de valores. Admirador del Ché Guevara, su razón era puramente ideológica y su objetivo la libertad.

 

Inducidos, solemos pensar que los emigrantes no poseen una ideología. De esta manera los despojamos de valores, dejándolos como simples anónimos hambrientos. Los convertimos en tan solo un número, un porcentaje, en una abstracción. La simplificación aritmética del problema nos permite el alejamiento, acomodándonos en una posición desinteresada. 

 

La geolocalización mediática hace que Arguineguín exista, conectando la historia de la emigración canaria con la llegada de más de dos mil personas. Cifras, otra vez. No nos interesa conocer cada una de sus historias personales. Son una masa abstracta de seres humanos sin rostros. Ningún nombre propio pertenece a alguno de ellos, ni a los muertos, ni a los enfermos de Covid, ni a los menores de edad, ni a los huérfanos. El otro, el distinto no debe tener nombre.

 

Lejos, a salvo de todo y tras una red social, no queremos saber nada de eso. Nos vale con traficar con la “información” consumiéndola. Mientras miles de personas mueren en el mar, millones de mensajes banales e imágenes de exhibicionistas egocéntricos llenan de más vacío la vida dentro de la “Fortaleza Europa”. Los nuevos “yoistas” nada saben de los sirios, de los palestinos, de los saharauis… Porque simplemente les importan una mierda quienes no puedan regalarles un miserable “like”.  


jueves, 12 de noviembre de 2020

`ENCHARCARLA´

 

































De pequeño, algunos chicos nos reuníamos para jugar al fútbol. Sin árbitro, se pitaba por consenso. Pero si se cometía una falta contra el dueño de la pelota y no se pitaba, éste amenazaba con  ´encarcharla` . Si no se atendía su petición, su verdad, se llevaría la pelotita y terminaría el partido en ese mismo momento.

 

Mediante el juego el balón se convertía en un objeto útil, plural y compartido. Al ´encarcharla`  alguien nos recordaba que ese balón tenía un propietario. Además de ridículo, su comportamiento estaba fuera de las reglas de cualquier juego colectivo. Sin él no habría partido. 

 

Con la pataleta infantil se amenaza y se chantajea al rival, pero también a tu propio equipo.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

HACIENDO EL INDIO

 





















Hacer el indio” es la manera o actitud española de gestionar esta pandemia y la transmisión comunitaria” es el contagio de la estupidez entre las Comunidades Autónomas. 

 

Bajo las supuestas recomendaciones de un “Comité de Expertos, (grupo o conjunto de personas anónimas que saben mucho de alguna cosa) nuestros políticos juegan como indios a las guerras tribales por sus territorios electorales. Votos y economía primero, salud después.

 

Pero hacer el indio” no solo es propio de nuestros cobardes y nefastos gobernantes. Para muchos ciudadanos la “distancia de seguridad”  es la ausencia de espacio que hay entre un idiota y otro. Son imbéciles asintomáticos. Son los defensores de la libertad, los que pueden matar y no morir.  El pícaro nacional, más listo que los demás, usa la mascarilla como un complemento. La moda es  llevarla bajo la nariz, en la barbilla o en el codo, en cualquier caso lejos del cerebro.

 

La Covid ruge cerca otra vez. Más fuerte. El segundo tsunami es el peor, dicen. Parece ser que el hombre es el único animal capaz de tropezar con la misma ola dos veces. “Aprovecha la ola como un buen nadador... aprovéchala… ooooola… ” diría Radio Futura. Pero no lo hicimos, no aprendimos nada de la experiencia de la primera oleada. Preferimos aplaudir como morsas hipócritas en vez de aprender a nadar juntos.

 

Se acerca la “Gran Ola”… No sabemos nadar y no hay escuelas ni cualificados monitores de natación. Lejos de cualquier movimiento inteligente acabaremos “confitados” en vez de confinados, tal gordos comedores de mermeladas amargas de inconsciencia.