viernes, 10 de enero de 2020

FUTURO DISTINTO


Tuve la suerte, a la vez que el cruel castigo, de criarme en una pequeña playa de Canarias. Mi fortuna fue tener una cala virgen como patio de juegos, mi desgracia haber vivido su transformación “civilizadora”. Ahora, tras una curva en el tiempo, la enferma costa es del turismo y de la globalización. 

Todas las banderas tienen un precio. La bandera azul, señal de que es una playa limpia, convive con los intereses hoteleros entre los desagües usados por la industria y los miles de usuarios turistas. Las postales paradisiacas son planas, solo dejan ver la imagen ensoñadora divulgada a través de la escenografía turística. El fondo del mar no se ve desde las hamacas llenas de cuerpos de color rosa untados con protectores solares y cremas contaminantes.

El primer residuo que recuerdo es una colilla de cigarro. Contaminación visible, claro. Antes, sin ver ni saber, lo invisible ya existía en el mar. En la época de invasión de la costa se vertieron alegremente una cantidad  incalculable de productos químicos. Cementos, metales, pinturas y óleos eran necesarios para el desarrollo de las industrias de la construcción y del turismo. 

Aunque venían a salvarnos, solo consiguieron darnos un futuro distinto. 

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