#NOesNO.
Debería bastar con decir esto. Pero no es así.
Temía
que mi abducida sobrina rechazara mi ayuda, ya lo había hecho con toda la
familia. Sin embargo accedió a que la acompañase a los juzgados.
Ella
había denunciado a su pareja y existía una condena por maltrato. La puñetera
sentencia obligaba al “cabrón” a asistir a unos cursillos de “educación” y a
alejarse de mi sobrina.
Ambos
se habían saltado la orden de alejamiento y ahora había otra sentencia.
Entramos
juntos al edificio de los juzgados, pasamos el control y subimos en el ascensor
al juzgado de violencia de género. Al llegar al mostrador mi sobrina presentó
su citación judicial. Una funcionaria le pidió su DNI, mostrándose con ella
de una manera extraña. Lejos de cualquier empatía como mujer, parecía algo
molesta (?).
Mientras
esperamos en el mismo sitio, un conocido que trabaja en ese juzgado me
reconoció y se acercó para hablar conmigo. Conocedor del caso, y ahora de mi
relación con la víctima, me comentó que sería injusto para el “cabrón” que lo
condenaran a ir a prisión debido a su juventud y a que era la primera vez que
se le acusaba de maltrato (?). Aun más perplejo me quedé al ver llegar al
“cabrón” al mismo mostrador que mi sobrina y ser recibido con unos buenos días
acompañados de una amable sonrisa de la misma funcionaria que atendió a la
víctima(?).
No
pude evitar mirar al “cabrón” a los ojos con desprecio. Él, con su peinadito de
niño bueno, agachó la cabeza no por vergüenza sino por miedo. Como todos los
“cabrones” es un cobarde.
Desde
luego que protesté, ¿cómo era posible que el maltratador condenado estuviera a
sólo dos metros de su víctima? A la funcionaria judicial no le hizo mucha
gracia mi protesta. La respuesta fue apartarlo más metros, pudiendo aun
mantener contacto visual con ella. Solo cuando lo exigí, nos llevaran a una sala adjunta
habilitada para aislar a las víctimas de sus maltratadores. Al entrar, la
empleada judicial nos hizo sitio rodando unas sillas de manera brusca y
maleducada. Allí esperamos juntos la nueva sentencia.
Tras varios días, una noche en un bar, me encontré con el abogado defensor del “cabrón”, al cual también conozco. Borracho y cochino no pierden el tino. Se acercó a mi y me dijo: “ Pepe, no sabía que fueses familia de la víctima. Y, aunque sé que igual no te va a gustar lo que te voy a decir, tengo que decirte que lo que le pasa a tu sobrina es que está muy buena”. Apreté fuertemente mi copa con mis dedos, lo miré con el mismo asco que al “cabrón” y pensé lo patético que era ese abogado, tanto como los empleados del juzgado o como la propia sentencia. Relajé mi mano y mi respiración. No le dije nada porque no cabe discusión alguna. #NoesNO siempre.
JOLGORIO JUDICIAL
El ministro de Justicia se une al “jolgorio” judicial. Sin delicadeza en esta ocasión, la torpeza del ministro Catalá se une a la del magistrado Ricardo González. Ya no hay nadie que sienta cierto “regocijo”. Mientras existan ministros y jueces tan “desinhibidos de la realidad” como demuestran estar Catalá y González, seguirán siendo las mujeres de este país las que tienen un “problema singular”.