En una ocasión me
dejaron las llaves de un chalet a orillas del mar, en una pequeña playa.
Iba a realizar unas fotografías con una modelo sudafricana.
Especialmente recuerdo el cuarto de baño de la casa. Su sala mayor estaba cubierta totalmente de un mármol blanco,
ligeramente grisáceo. Suelo, paredes y techo rodeaban una gran
bañera del mismo material italiano. Estaba tallada en una sola
pieza. De sus cuatro esquinas se levantaban columnas dóricas de
metro y medio de altura desde sus bases. Sobre ellas, la pieza de
mármol estaba coronada por un marco rectangular ligeramente
ornamentado. En su interior alojaba un gran espejo que lo cubría
por completo, permitiendo una total visión cenital de la bañera.
Aquella bañera no estaba
hecha para bañarse. Su finalidad consistía en llenarla de
vanidades y sumergirse en ellas para ver el reflejo de una realidad
inventada con dinero. Esa bañera fue diseñada para ser rebosada por adinerados pavos
reales sin estilo. Tanto y tan poco a la vez. No sé qué me punzaba más, si el coste económico
de la obra o el impacto visual de aquella exhibición tan hortera y de mal gusto. Nunca supe a quién pertenecía aquella casa, pero recuerdo que olía más a dinero fácil que al propio mar.
Por cierto, las fotos
de ese día me salieron fatal, fueron una mierda…